domingo, 27 de abril de 2008

El Congreso Admirable

Por Héctor Abad Faciolince
Fecha: 04/26/2008 -1356

Cuando uno va a escoger un amigo o una esposa, juzga a la otra persona por lo que dice, por el rostro, por la forma en que habla, por los ademanes del cuerpo, por la agudeza de los juicios, por las virtudes que defiende y los defectos que ataca. Así escogemos -o nos escogen- en el amor y en la amistad. Por desgracia no podemos juzgar a los congresistas (o al menos no los podemos llevar ante la justicia), basados en estos mismos criterios intuitivos que usamos en la vida diaria.

Pero si pudiéramos juzgar a los congresistas de Colombia por la forma en que hablan, por la cara que tienen, por la manera en que se duermen sobre las curules, o no asisten a las sesiones, o por el modo en que insultan, o pactan beneficios a cambio de votos, o por la forma en que defienden lo más sucio y legislan lo más inicuo, estoy seguro de que no sólo uno de cada cinco integrantes del Congreso de Colombia estaría en la picota, sino una proporción mucho más grande.

El nuestro es de verdad un Congreso Admirable, como se refería a él, para halagarlo e intentar meterse sus votos al bolsillo, un inefable ministro del Interior y de Justicia, hoy columnista de El Tiempo. Llamaba así a un Congreso casi idéntico al que hoy va cayendo gota a gota en las manos de la justicia, gracias a la labor de la Fiscalía y de los jueces de la República. Y es admirable de verdad este Congreso, porque dudo que haya en la historia del mundo muchos casos como este, donde decenas de congresistas de la coalición del gobierno estén detenidos e investigados por asociación con un grupo terrorista.

Dice ese mismo ex ministro inefable que la Corte Suprema y la Fiscalía se portan como Robespierre y Saint Just en tiempos de la Revolución Francesa, lo que es como decir que la Corte está mandando senadores y representantes a la guillotina. Si de algo puede uno acusar a la Corte no es de justicia expedita, sino de excesiva parsimonia en los juicios, pues hasta ahora no ha condenado ni absuelto a ninguno de los congresistas implicados. "La lentitud del juicio es lo mismo que impunidad", decía Robespierre, que siempre juzgó y cortó cabezas con la velocidad del rayo. Como Danton le parecía un moderado, lo detuvo un 30 de marzo y lo guillotinó el siguiente 5 de abril. Y como a éste, mandó a la guillotina a 1.285 contrarrevolucionarios (o "moderados") más, después de un juicio sumario de dos o tres días. Y algo así es lo que dice este manipulador de la historia que están haciendo la Corte y la Fiscalía con los congresistas del gobierno. Para él lo grave no es que los congresistas (algunos confesos y condenados, pues han pactado sentencias anticipadas con tribunales ordinarios) hayan hecho matrimonios con los paramilitares: para él lo grave es que la Corte destape y denuncie esta alianza política.

Y a renglón seguido, con un cinismo típico en él, Londoño Hoyos se pregunta cuántos sobrevivientes de la UP, si los hay, no estarían en la cárcel si la Corte aplicara este mismo principio con las Farc. Pues ojalá hubiera habido una Corte, y la haya todavía, que se ocupara y se ocupe también de la Farc-política, pues es con juicios regulares (con abogados y todas las garantías del debido proceso) como se pueden combatir los nexos de los políticos con cualquier grupo armado -paramilitares o Farc- y no mediante asesinatos sin fórmula de juicio, como se hizo con la Unión Patriótica, que eso sí fue actuar como actuaba Robespierre, sólo que sin siquiera dar la cara, sino a través de sicarios y organizaciones armadas clandestinas.

La crisis institucional es honda y gravísima, pero no por culpa de los jueces de la República -en sus más altas instancias- sino por culpa de unos políticos que, con tal de ser elegidos, no han dudado en aliarse con los grupos armados más sanguinarios del país. No los podemos juzgar por su rostro (que es el espejo del alma, creían los antiguos), ni por las brutalidades que dicen, ni por las injusticias que defienden, pero al menos la Corte sí los puede juzgar, basada en indicios seguros y con testimonios confiables -cuando los haya-, para tratar de limpiar un país que está podrido hasta la médula en su clase política.

Tan podrido está, que si hoy convocaran de nuevo a elecciones parlamentarias, unos electores mantenidos en la miseria y en la ignorancia, un pueblo intimidado o dispuesto a vender su voto, volvería a elegir a estos mismos congresistas presos. La solución no es cambiar las normas (la silla vacía), ni la revocatoria, ni la reforma política, ni otra constituyente ni un nuevo tribunal que reemplace a la Corte. La única solución es apoyar y dejar actuar a la justicia, para que absuelva o condene basada en estrictos criterios jurídicos, con las leyes vigentes y con la Constitución que tenemos, que son suficientes. Una manía colombiana es cambiar las leyes cada vez que hay una crisis. Como vivimos en crisis, se cambian la Constitución y las leyes en cada legislatura. Si queremos estabilidad, tendríamos que empezar por la estabilidad jurídica.