miércoles, 30 de enero de 2008

Prometeo: Fragmento tomado de Teogonía de Hesíodo

Y efectivamente, cuando los Dioses y los hombres mortales disputaban en Mecona, Prometeo mostró un gran buey que adrede había repartido, queriendo engañar al espíritu de Zeus.

De una parte, las carnes y las entrañas crasas las metió en la piel, recubriéndolas en el vientre del animal; y por otro lado, con una treta diestra, dispuso hábilmente los huesos blancos del buey y los recubrió con buena grasa. Y entonces le dijo el padre de los Dioses y de los hombres:

–¡Yapetionida, él más ilustre de los príncipes, oh caro­ ­­­­­­­¿qué has hecho de las partes desiguales? Así habló Zeus, siempre lleno de prudencia. Y el sagaz Prometeo le respondió, sonriendo para sí, pues no había olvidado su astucia:

— Gloriosísimo Zeus, el más grande de los dioses eternos, escoge de estas partes la que tu corazón te persuada a escoger.

Habló así, con astutos pensamientos, pero Zeus, en la sabiduría eterna, no se menospreció y advirtió el fraude, y en su espíritu preparó calamidades a los hombres mortales, Y estas desdichas debían cumplirse. Con una y otro mano quitó la blanca grasa, y se irritó en su espíritu, y la cólera invadió su corazón en cuanto vio los huesos blancos del buey encubiertos mañosamente. Y de aquel tiempo data el que la raza de los hombres queme para los Dioses los huesos blancos sobre los altares perfumados entonces, muy irritado, le dijo Zeus, el que amontona las nubes.

— ¡Yapetionida, habilísimo entre todos, oh caro! No has olvidado tus tretas diestras.
Y habló así, lleno de cólera, Zeus, cuya sabiduría es eterna y desde aquel tiempo, acordándose siempre de este fraude, rehusó la fuerza del fuego inextinguible que brota del roce de los maderos de encina a los míseros hombres mortales que habitan sobre la tierra.

Pero todavía le engañó el hijo excelente de Jápeto, robándole una porción espléndida del fuego inextinguible, que ocultó en una caña hueca. Y fue mordida en el fondo de su corazón Zeus, que truena en las alturas, Y la cólera conmovió todo su corazón en cuanto vio resplandecer entre los hombres el brillo del fuego. Y a causa de este fuego, los hirió con una pronta calamidad.

Y el ilustre Cojo hizo con barro, por orden del Crónida, una forma semejante a una casta virgen. Y Atenea la de los ojos claros la adornó y la cubrió con una blanca túnica. Y la cabeza le puso un velo ingeniosamente hecho y admirable de ver; luego también le puso en la cabeza palas Atenea una guirnalda de variadas flores frescas. Y al rededor de la frente le fue puesta una corona de oro que había hecho por sí mismo el ilustre cojo, quien la había labrado con sus manos por complacer al padre de Zeus. Y en esta corona estaban esculpidas numerosas imágenes, admirables a la vista, de todos los animales a quienes alimentaban la tierra firme y el mar. Y de estas imágenes brotaba una gracia resplandeciente, admirable, y parecían vivas.

Y cuando hubo formado esta hermosa calamidad, a cambio de una buena obra, condujo donde estaban reunidos los dioses y los hombres a aquella virgen adornada por la diosa de los ojos claros, nacido de un padre poderoso. Y la admiración se apoderó de los dioses inmortales y de los hombres mortales, en cuanto vieron esta calamidad fatal para los hombres. Porque de ella es de quien procede la raza de las mujeres hembras, la más perniciosa raza de mujeres, el más cruel azote que existe entre los hombres mortales, porque no se adhieren a la pobreza sino a la riqueza.

Y lo mismo que las abejas, en sus colmenas cubiertas de techos, alimentan a los abejones, que no hacen más que daño y trabajan, madrugadoras durante todo el día hasta declinar Helios, y hacen sus blancas celdas, mientras los abejones penetran en las colmenas cubiertas de techos, llenándose el vientre con el fruto de un trabajo ajeno; así Zeus que truena en las alturas dio esas mujeres funestas a los hombres mortales, esas mujeres que no hacen más que daño.

Y también les envió otra calamidad a cambio de una buena obra. Aquel que, rehuyendo el matrimonio y la preparación penosa de las mujeres, no tome esposa, si llega a la vejez abrumadora sin hijos, se verán privados de los cuidados que se tienen con los ancianos; y si no vivió pobre al menos, a su muerte sus bienes serán repartidos entre sus parientes lejanos. Por lo que respecta aquel a quien la Moira haya sometido al matrimonio, aunque tenga una mujer casta y adornada de prudencia, no se mezclarán menos en su vida el bien y el mal; pero, por lo que respecta a quien se haya casado con una mujer mala por naturaleza tendrá en su pecho un dolor sin fin y su alma y su corazón serán presa de un mal irremediable; Porque no es lícito engañar a Zeus, y no se escapa a él.
Así es que Prometeo y Apeteonida, que no era digno de ningún castigo, excito la abrumadora cólera de Zeus, y a impulsos de la necesidad no obstante toda su ciencia, sufrió una cadena pesada.