Nace en Roccaseca y aprende las primeras letras en Montecasino. Durante sus estudios en Nápoles decide profesar en la orden dominicana a pesar de la oposición de su familia. Después se traslada a París como estudiante primero y luego como profesor de teología. Sencillo y bondadoso realizó una obra intelectual de proporciones gigantescas que el paso de los siglos no ha conseguido agotar ni hacerle perder actualidad. Es el gran maestro de la escolástica. Con los elementos que han ido afluyendo a la alta escolástica construye una poderosa síntesis. Su sistema doctrinal es importante no sólo por la vitalidad que le imprimió a la escolástica, sino por la trascendencia que ha tenido en el pensamiento católico. No obstante, su doctrina no es absolutamente homogénea, pues, como hombre de la edad media, no podía despreciar nada de lo que le ofrecía la tradición. Pero precisamente el hecho de que en él se pueden hallar diversidades y divergencias en lugar de una norma unitaria, lo eleva por encima del nivel de la escuela, lo hace portador de muchos posibilidades de pensamiento y hace de su obra un fecundo campo de análisis e investigación y un poderoso incentivo a la crítica filosófica. Su gran labor consistió en la asimilación y ordenación sistemática de los nuevos aportes filosóficos de Aristóteles, de los neoplatónicos, de los musulmanes y de los judíos, compendiándolos en un conjunto unitario. Su doctrina tiene un objetivo claro y definido: ante todo demostrar la existencia de Dios y la explicación de su esencia, hasta donde esto es racionalmente posible, así como la explicación racional de los dogmas delimitando su núcleo mistérico y distinguiendo claramente los conceptos irracional y suprarracional. Sus obras filosóficas más importantes son: Los Comentarios a Aristóteles, Las Cuestiones Disputadas, Los Opúsculos, La Suma contra los Gentiles, La Suma Teológica y los Quodlibetales, entre otras.
a. Filosofía y Teología. Al igual que su maestro Alberto Magno, parte de la distinción entre razón y fe. Estos dos campos son autónomos, pero es necesario armonizarlos, dando origen a dos niveles de conocimiento: el de la razón y el de la revelación. Entre la fe y la razón no puede haber conflicto porque una y otra derivan de Dios. Por consiguiente, no existe la doble verdad como pretendían los averroístas: admitir dos verdades contradictorias es llevar la contradicción a Dios mismo. Cuando una proposición filosófica se halle en contradicción con la verdad revelada, ello significa que la primera contiene error que la filosofía debe corregir.
Así, razón y fe están en relación y en armonía, pero siendo distintas tiene cada una su propio dominio. A la primera le corresponde el campo de la verdad natural, a la segunda el de la verdad sobrenatural. Las dos verdades no pueden contradecirse, aunque tampoco se pueden confundir. La filosofía es una ciencia que se fundamenta en la razón a partir de la experiencia, por lo tanto, el filósofo sólo debe aceptar aquella que sea demostrable racionalmente. La teología, por su parte, se apoya en la autoridad divina, sin embargo, acude a la filosofía en la búsqueda de conocimientos o procedimientos racionales y datos científicos. Filosofía y teología, entonces, son dos ciencias distintas pero complementarias.
De esta manera, Santo Tomás, a diferencia de la corriente agustiniana hasta entonces dominante, excluye que al conocimiento racional le sea necesaria la revelación divina y reivindica, en su dominio, la suficiencia de la razón, preludiando una de las actitudes más características del Humanismo y del Renacimiento: “Santo Tomás, anticipándose al Humanismo y en armonía con la concepción cristiana del hombre, afirma el valor de la persona humana en su plena integridad natural”.
b. El Ser. La doctrina del ser de Santo Tomás sigue la orientación de la de Aristóteles. Para él lo real, en cuanto real, es el ser. La idea de ser es el concepto más universal y el primero que conocemos. El ser se caracteriza por estar presente en todas las cosas, aunque no se identifique con ninguna realidad en particular. Existen, entonces, muchos seres, de muchas maneras y modalidades. A partir de estos seres la inteligencia elabora por abstracción el concepto universal y trascendente de ser. En consecuencia, el ser es análogo. A su concepto de ser Santo Tomás liga los primeros principios de la realidad y del pensamiento: de identidad, de contradicción, de tercero excluido, de causalidad. Llama a las propiedades que pertenecen al ser trascendentales que son: uno, verdadero, bueno. Del ser arrancan las nociones de unidad, individualidad, racionalidad, finalidad, bondad y belleza.
Los seres naturales están compuestos de potencia y acto, materia y forma, esencia y existencia. La individuación de los seres se da en virtud de la materia, mientras que la forma los especifica. La esencia y la existencia son reales en los seres, no así en Dios en quien se identifican; sólo en Dios es la existencia la esencia misma; Dios es absolutamente acto puro, es el que es, es decir, el existente. Los seres son creados y participan de las perfecciones de Dios. Las categorías son modos o grados del ser y las divide, al igual que Aristóteles, en sustancia y accidentes.
c. Dios. La existencia de Dios no es evidente en sí misma y, por ser una verdad de razón y de fe, puede ser demostrada racionalmente. Santo Tomás niega que pueda alcanzarse la existencia de Dios por intuición directa, así como el argumento a priori donde, según Santo Tomás, se confunde el orden subjetivo con el orden objetivo. Dios se demuestra sólo a posteriori, es decir, partiendo del mundo de la experiencia. Para ello presenta la demostración de la existencia de Dios en la famosas cinco vías que son más bien ilaciones de ideas que profundizando en el ser pueden persuadirnos de que existe un primero, incausado, necesario y perfecto, al que todos llaman Dios. Ellas son:
1ª) Movimiento (tomada de Aristóteles): Todo movimiento supone una causa o motor, otro movimiento que lo produzca. En el orden de motores se llega a un Primer Motor Inmóvil que es la causa del movimiento: Dios.
2ª) Causa eficiente: Todas las cosas dependen de otras, es decir, todo efecto supone una causa eficiente, pero que en este proceso no se puede remontar hasta el infinito y por tanto hay que admitir una Primera causa no causada o incausada, que sea causa de todas las causas: Dios.
3ª) Ser contingente: Todos los seres del mundo podrían también no ser, no existir, por lo que son contingentes. Nada es necesario, todo está trascendido de potencialidad. Pero lo que es contingente y, por consiguiente, sujeto a mutación no tiene su razón de ser en sí, sino en otro, en algo no contingente. Luego, se debe admitir un Ser que es necesario por si mismo, a saber, Dios.
4ª) Grados de perfección: Lo imperfecto presupone necesariamente lo perfecto, pues todo lo finito no es sino una restricción de lo infinito, participa de ello y sólo en virtud de lo infinito es posible. Es decir, existe el Ser perfectísimo, Dios.
5ª) Orden del mundo: En el mundo hay orden y finalidad. Todo ser participa de la perfección absoluta en cuanto se aproxima más o menos a ello como a su fin, estando todo el universo ordenado a este fin. Por tanto, debe existir una Inteligencia ordenadora superior por la que se explique esta finalidad.
La estructura lógica de las cinco vías es siempre la misma: se parte de un hecho, se aplica después a un principio y se concluye que Dios existe. Por consiguiente, Dios existe como Motor Inmóvil, Causa Primera, Ser Necesario, Perfección Absoluta, Inteligencia Ordenadora.
De las ilaciones que conducen a admitir la existencia de Dios se siguen conclusiones sobre la esencia divina, permitiendo señalar los atributos de Dios: Eternidad, inmutabilidad, simplicidad, infinitud, perfección, bondad, aseidad (identificación de la esencia y la existencia), acto puro.
d. El Conocimiento. Tomás asume la teoría del conocimiento aristotélico basada en la experiencia. Todo conocimiento se deriva de los sentidos. El entendimiento, a partir de tales datos, elabora conocimientos de validez universal y necesarios. La posición de Tomás es realista y se funda en la evidencia del mundo exterior, en la realidad material captada por los sentidos. Lo primero que conocemos en esta vida es la entidad de las cosas materiales. Puesto que tenemos cuerpo, se hace notar el papel desempeñado por el conocimiento sensible. La percepción sensible nos aporta representaciones de fuera, los llamados fantasmas, sin los cuales no piensa nunca el alma, que luego son iluminados por el llamado entendimiento agente para así extraer de ellos la representación general de la esencia. Así se llega a conceptos generales no se sensibles.
Por lo tanto, el conocimiento humano no posee ninguna idea innata, sino que todas las adquiere por medio de los sentidos, la imaginación, el intelecto agente y el pasivo, a partir de la realidad objetiva. La actividad cognoscitiva la realiza el entendimiento mediante los grados de abstracción. La abstracción consiste en separar las relaciones universales y necesarias que hay en las cosas individuales.
Los conceptos constituyen el material con el cual es posible hacer ciencia, pero ellos por sí mismos no son ciencia. Para ello es preciso ordenarlos de acuerdo con sus relaciones con el fin de conformar una ciencia. Las ciencias se dividen en generales: metafísica, lógica y gramática; y particulares: física, matemática y teología, que dan origen a otras muchas ciencias.
e. El mundo. El mundo ha sido creado por Dios y la creación es el acto divino mediante el cual han sido sacados de la nada todos los seres. Para Santo Tomás, la creación es una verdad sólo de fe y sobre este punto es claramente agustiniano y platónico: todos los seres creados son participaciones e imitaciones del Ser Supremo, causa eficiente de todas las cosas, causa ejemplar y causa final, en cuanto todas las criaturas tienden a Dios con un esfuerzo continuo de perfeccionamiento. La creación, acto de la inteligencia y de la libre voluntad de Dios, no encierra modificación alguna en su esencia. Las cosas creadas no son todo el ser, sino seres limitados y deficientes.
El mundo, creado por Dios, está constituido por un orden jerárquico de seres, desde los ángeles o sustancias puramente espirituales, hasta los cuerpos inorgánicos. Santo Tomás, a diferencia de Aristóteles, afirma que existen sustancias espirituales o puras formas sin materia como los ángeles. No sólo el mundo ha sido creado, sino que la creación continúa como Providencia y como cooperación divina a todas las acciones de las criaturas. A la voluntad bondadosa y amorosa de Dios se debe la creación y la conservación de los creado, pues todo lo creado vive en Dios que lo ha creado, lo conserva y lo gobierna.
e. El Hombre. El hombre es un microcosmos ya que es la síntesis y recapitulación de toda la naturaleza. Por tanto, corona y da sentido a todos los demás seres de la naturaleza porque es el grado más perfecto de vida y el fin de todo el proceso generador universal. El hombre, entonces, tiene un fin intrínseco a sí mismo, más allá del universo. En virtud de la razón que le permite conocer y de la voluntad que le permite ser libre, el hombre se asemeja a Dios, de quien le viene su dignidad como persona humana que es.
Concibe al hombre como todo constituido por la unión sustancial de un cuerpo material con un alma intelectiva y virtualmente vegetativa y sensitiva. Por consiguiente, enfatiza la unidad humana y se opone en forma radical al dualismo platónico, al monismo materialista y al maniqueísmo.
El alma, forma sustancial del cuerpo, es individual e inmortal y creada por Dios. Está toda en todo el cuerpo y toda en cada parte de éste. El alma humana es alma racional, es decir, espiritual. Esto se manifiesta en las formas especiales de la actividad racional, en el pensar la espiritualidad pura y en la captación de los valores en la voluntad pura, es decir, en la actividad racional teorética y práctica. La vida intelectiva, propia del hombre, es la que lo distingue esencialmente de las plantas y de los animales. En la vida intelectiva aparecen dos modalidades: la cognoscitiva, o sea, el entendimiento y la apetitiva que es la voluntad, por la cual el hombre es libre. De ellas, la más importante para Tomás es el entendimiento que prima sobre la voluntad.
f. La Doctrina Moral y Política. La ética es una ciencia práctica que enseña a los hombres lo necesario para lograr la perfección y felicidad. La desarrolla en la segunda parte de la Suma Teológica, donde traza un tipo ideal del hombre. La tarea de la ética consiste en indicarnos el camino más adecuado de la realización humana. Esta vía es el conocimiento y dominio de las pasiones, la superación de los vicios, la consecución y cultivo de las virtudes. En esta forma buscamos la felicidad real y, aunque ella sea relativa, es todo cuanto podemos aspirar en este mundo, con la ayuda de las ciencias especulativas. El conocimiento, entonces, nos permite entrever aquello que nos falta, por lo tanto, nos conduce hasta la existencia de Dios, que es el Sumo Bien, en quien se halla la plena felicidad del hombre.
El fundamento último de lo moral se da con la naturaleza misma. Existen supremos principios morales que representan una participación del espíritu humano en el espíritu divino, son normas que obligan absolutamente a todo espíritu racional. En ellos se cifra la recta razón y de ellos se forma el núcleo de la conciencia. Son conocidos a todos los hombres y no se pueden borrar de sus corazones. Hay que seguirlos sencillamente porque son rectos en sí mismos, y son rectos porque son expresión de la ley natural, la cual a su vez es participación en la ley eterna, en la eterna rectitud del espíritu, del ser y del mundo. La ley natural es el primer principio de la razón práctica. Su primer precepto es hacer el bien y evitar el mal. Sobre este precepto se fundamentan todos los demás.
Tomás precisa su doctrina ética mediante la concepción de la ley, considerada como el principio extrínseco que regula las acciones humanas orientándolas hacia el bien común. La ley procede de la razón, ya que ésta es regla, medida y primer principio de los actos humanos. Corresponde, entonces, a la ley regular los actos individuales encauzándolos hacia la consecución del bien común de la colectividad. En consecuencia, la ley no expresa las exigencias de la razón particular sino de la colectiva, constituyéndose en el verdadero motivo del obrar moral.
El origen de la postestad legislativa únicamente le corresponde a Dios. Fuera de El ningún particular lo puede hacer, a no ser que sea la comunidad entera o la persona pública encargada de dirigir el bien común. Este planteamiento lo fundamenta Tomás en la Ley Eterna o Ley Primera, que es la fuente de la que derivan todas las leyes. Los hombres participan de esa ley, como ya se dijo, por medio de la Ley Natural, la cual se encuentra en su conciencia, que es la que decide, en últimas, si algo ha de considerarse o no como de derecho natural.
De esta visión se desprende el que la ley positiva debe ajustase o corresponder a la Ley Natural. En efecto, las leyes deben ser justas, morales, físicamente posibles, acordes con el tiempo y el espacio, fieles a las tradiciones de los pueblos, necesarias, aptas para el fin propuesto, promulgadas y orientadas al bien común. Leyes que se opongan a este derecho divino, como también lo llama, no son derecho y no hay obligación de observarlas.
Concibe al hombre, al igual que Aristóteles, como un ser social por naturaleza. El hombre no se basta a sí mismo, ni puede llegar a humanizarse si no es dentro de la comunal, la cual es natural. Por eso, Tomás es enfático al plantear el bien común, el cual siempre está por encima del bien particular, lo que no quiere decir que lo anule, sino que, por el contrario, garantiza a todos por igual y sin ninguna discriminación.
La sociedad necesita un orden común que le permita lograr su cometido, que es el bien común de toda la comunidad. El hombre está lleno de apetitos y propende al capricho. Por esta razón hay que reducirlo a disciplina, ya en la juventud, pero también el Estado. Sin embargo, el temor del castigo debe servir tan sólo para hacerlo entrar dentro de sí y enfrentarlo con su razón mejor a fin de que haga libremente lo que debe hacer. Dicho orden lo da la autoridad establecida, mediante la cual se constituye el Estado. Su finalidad radica en conducir a todos los ciudadanos a una vida feliz y virtuosa, a una paz estable, basada en la justicia y, en última instancia, a la felicidad plena en Dios.
El Estado es, así, derecho y moralidad. Nace de las necesidades de la vida, pero tiene como fin una vida buena. No se le puede organizar de cualquier modo. Como el hombre es por naturaleza un ser social, así también el Estado tiene por naturaleza su sentido concreto. En ello reside también su derecho. El Estado mismo no es la fuente del derecho, sino representante, intérprete y realizador del derecho y de su orden, que es de suyo eterno. Este orden varía en el espacio y en el tiempo, se incorpora a la historia, sin perder por ello el carácter esencial de la ley eterna. Santo Tomás tiene presente la historia y su importancia para el hombre y para el Estado. Pero ambas cosas no son solamente historia. El hombre es algo más que esto. Su fundamento más profundo está fuera y por encima del tiempo.